domingo, 15 de mayo de 2016

"Otras nubes, otras lluvias", de Gabriel Quindós

El pasado jueves, 25 de mayo, Gabriel Quindós nos acompañó para comentar Otras nubes, otras lluvias, el primer libro de este autor leonés en el que el ensayo, la crónica, la literatura de viajes y sus experiencias nos acercan a Vietnam, a sus gentes y a su cultura.



El libro lo conforman nueve relatos de ficción. Tres se ciñen a una ciudad, tres a una región, uno al viaje en el Expreso de la Reunificación, otro a lo que allí se conoce como “la guerra americana” y, por último, hay uno que abarca un recorrido de norte a sur por el país.

Su objetivo no es elaborar una crónica del viaje realizado al Sudeste Asiático en otoño de 2008, sino a través de la fabulación, hacer una evocación  sentimental de aquello que dejó poso en su memoria.




Fue una tarde muy agradable en la que pudimos compartir una vez más el placer por la lectura. Agradecemos a Gabriel que estuviera con nosotros para ayudarnos a comprender su forma de fabular tan exquisita y para hacernos viajar con nuestra imaginación a Vietnam, de la mano de unos personajes entrañables. Gracias también por compartir con tanta sinceridad y entusiasmo tus vivencias y bagaje cultural.

Nuestro compañero Alfredo elaboró un magnífico resumen del recorrido de Gabriel por el país asiático.


CHÀO GABRIEL
Al principio del relato, das prioridad a las alegrías o los padecimientos de las personas sobre cualquier otro asunto, resaltas cómo la elección de Obama solapó unas inundaciones que por habituales, parece que hicieran menos dolorosa la pérdida de seres o bienes queridos. Ni siquiera les quedó la mínima satisfacción de ver ganar a McCain y poder decir que tuvieron “hospedado” al hombre más poderoso del mundo en su Hanoi Hilton.

Reconoces que el tiempo obliga a miradas epidérmicas que te resignan al extravío. Observas que el Vietnam actual, oscila entre los viejos comercios que no acaban de morir y los nuevos que no acaban de acomodarse. Como esas chicas con pértiga, que desentonan con la economía emergente que hace tiempo se desentendió de ellas.

Valoras más lo raro que lo estético de los lugares que aparentemente uno no se debe perder. No malgastas alabanzas mil veces repetidas, y te invaden pensamientos sartrianos al mezclarte con la multitud, poco antes de ser redimido por el timonel del sampán. Sospechas que en la bahía, un perro puede ser guardián o proteína según se presenten los días.

Señalas cómo trescientos mil muertos por los maremotos se despachan en breves reseñas frente a la abrumadora información sobre otros muy inferiores, pero de más prestigio, y la entereza con que soportamos los desastres que no padecemos.

Nos informas de la absurda pretensión del buró político, por acabar con el consuelo de las nobles enseñanzas de Buda, Confucio, Tao o Jesucristo.

Recuerdas el error de crearte expectativas sobre los lugares visitados, como si tuvieran la obligación de satisfacer nuestra hambre de historias.

Comprobaste que en la ciudadela de Hué, nada queda por robar. Gran expolio que queda reducido a travesura comparado con lo que hizo el emperador con sus súbditos para costear y dar sentido a la expresión, lujo asiático. El foso y la muralla garantizaban que los de dentro y los de fuera, nunca cruzasen la mirada.

Nos cuentas que el gobierno actual, aprendida la lección de su reciente historia, mantiene un sutil equilibrio entre la imagen al exterior y no consentir discrepancias interiores.
Te sorprende que Hoi An sea la postal que todos tenemos en mente, siendo la menos vietnamita de las poblaciones que visitaste.

Desde el tren disfrutaste de todos los matices del verde, nos avisas que no confundamos la meta con el viaje, ni consideremos como una victoria el haberle regateado unos céntimos a las mujeres de la pértiga.

Conmueve saber la historia de los “conlai”, niños mestizos, hijos de soldados yanquis que se embadurnan con betún para camuflar su blancura, repudiados y regalados en los pasillos de un tren. O cómo los mutilados se lamentan por ser víctimas de bombas de la guerra que siguen activas, o están agradecidos por no ser uno de los cinco mil que han muerto por lo mismo.

En el delta del Mekong hiciste el benigno propósito de renunciar a todo propósito, mientras hasta los árboles parecen hacer reverencia a lo sagrado.

El lema: “Vietnam es un país, no una guerra”, pretende separar esas palabras siamesas. Comparas el conflicto con esa esfera borgiana en la que convergen todos los puntos de análisis. No ayuda el cine, regodeándose en aldeas arrasadas, pero temeroso de provocar bostezos con el porvenir de los bombardeados.

En Saigón notas la mayor pujanza del sur, la imposición de símbolos comunistas nunca elegidos y la prohibición de subir chicas al hotel que poco después, los mismos te ofrecen. Vertedero de occidentales que incapaces de seducir a nadie, sonríen ante el rictus helado de las jovencísimas chicas empujadas por la miseria.

CÁM ÒN